Presumida Catalina...

La fiesta estaba anunciada desde hace ya tiempo, el abuelo cumplía años y toda la familia debía estar al punto para festejarlo. El abuelo salió de la nada y le dió renombre a la familia, a toda, incluso a aquella que pretende separarse, vive bajo su apellido. Así se les conoce por toda la comarca, por sus palabras habían trascendido de generación en generación cruzando incluso ríos y montañas. Era un pañuelo el mundo, ahora como entonces.
Todas las hermanas y primas aprestaron de inmediato sus vestidos. Contrataron a los mejores modistos, zapateros y joyeros. Todas sabían que el día de la fiesta del abuelo, seguro, seguro, las miradas serían para ellas; al fin y al cabo son todas las herederas. Algunas más bajitas, otras más güeritas, cantadoras y algunas llenas de curiosas bolitas. Cada una de las primas tenía un encanto supremo a pesar de su propia identidad, muchas familias vecinas envidiaban la gracia que tenían cuando paseaban por la plaza.
Catalina sin embargo, no se interesaba en participar creyéndose que las cosas de su abuelo no le pertenecía, aunque siempre vivió junto a su familia ella se sentía fuera de lugar. -Soy la más bonita- decía, no necesito de nadie para brillar. Con todo y sus deplantes, las primas de su edad la aceptaban, se reían de ella a escondidas y a veces, cuando se excedía, las carcajadas supremas de las otras no se hacía esperar, se reían juntas un rato y volvían a empezar.
Los días pasaban y la fiesta del abuelo cada vez estaba más cerca. Las invitaciones repartidas, el menú, los lugares en la mesa y cada uno de los preciosos vestidos y complementos para cada una de las niñas. Catalina a pesar de resistirse, aceptó de mala gana y casi casi por obligación ayudar y ser parte de los preparativos. Tiene muy buenas ideas y para los detalles no hay quien le gane. Pero su vestido lo dejó para el final, pues no quería que nadie (según ella) le copiara el "modelito".
Llegaron todos los invitados, algunos de más afuera de aquellas montañas y de aquellos ríos porque aún conservaban la sangre, o así lo creían, que les permitía aunque lejanamente ostentar el apellido. También vinieron los parientes de nombres impronunciables y otros con ligero toque amarillo... Todos buscaban a la más hermosa de las muchachas, pero era casi imposible elegir a alguna. Catalina bajó la escalera haciendo alarde de agolatría. Así era siempre en las ocasiones especiales, quería que todos vieran y pensaran que era perfecta y autosuficiente. Le molestaba que le recordaran los favores debidos y los préstamos de papá.
Las chicas bailaban sin parar por todo el salón que ellas mismas habían decorado. Catalina se quedaba en un rincón como siempre para "hacerse la misteriosa". La orquesta hizo un redoble y apareció aquel hombre. De cabellos blancos y barba copiosa, se paró y las miró una a una, celebró sus vestidos. Las chicas lo abrazaron y todas juntas se sintieron orgullosas de las obras de su abuelo, un "arquitecto de destino" según sus propias palabras. Catalina, perdida en "su misterio" fué la última en levantarse, tuvo que correr para sentarse hasta adelante en la foto. Educada y con prisas dijo -felicidades viejo- pero tanta era su ensimismamiento que no vió el bordillo de la alfombra; cayó de bruces dejando ver las fallas de su apresurado vestido.
Catalina no había estado a la altura. Todas las chicas bailaban y no le prestaban atención -ya se le pasará el berrinche como siempre- cuchicheaban. Pero los invitados no pudieron dejar de reconocer que Catalina era bonita pero arrogante, que no se maquilló, no fué a la peluquería, no se arregló las uñas y el vestido que nada valía, era de una tela muy simple... Las primas bailaban en honor a su abuelo, el apellido les seguiría por generaciones si ellas así lo querían. Los invitados elogiaron a las primas y rindieron tributo al abuelo. Catalina no bailó una pieza en toda la noche porque los zapatos le quedron demasiado grandes...
Earween*
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